SIN RUMBO FIJO

por | Nov 24, 2023 | Columnistas | 0 Comentarios

Analiza Ing. Fernando Padilla Farfán

Pareciera que estamos caminando en círculos: siempre llegamos exactamente al mismo lugar del cual partimos. No atinamos a quién echarle la culpa de la violencia que se ha apoderado del país entero. Hay violencia por todos lados, hasta en la política hay violencia; en las campañas electorales ya ni se diga. No nos hemos dado cuenta que desde hace un par de generaciones la violencia se ha estado incubando al interior de las propias familias. La violencia intrafamiliar ha sentado sus reales en nuestra sociedad. El concepto de familia se ha ido desdibujando de manera paulatina pero creciente. Pareciera que las parejas se casan para divorciarse, no para vivir juntos el mayor tiempo posible. La educación de los hijos está a cargo de la televisión, de las redes sociales y de algunos maestros sin oficio ni compromiso social. La educación se está impartiendo sin el propósito de razonar en lugar de memorizar.

Grave es que los conflictos sociales y políticos ya estén en las calles, y cada semana se suman más. Las instituciones no tienen capacidad para dirimir los asuntos en las oficinas. Los gobiernos han creado monstruos sociales que cuando crecen demasiado se salen de control; que caminan circularmente para luego volverse contra quien les dio vida y poder. Ejemplos hay muchos.

La lucha por el poder es desenfrenada, todos contra todos, y pobre de aquel que queda en medio del campo de batalla, sin deberla padece los efectos de la encarnizada lucha de los que pelean por el control político o económico. Casi siempre es el ciudadano común el que queda atrapado. Al ciudadano le toca la parte más absurda y cruel: pagar los platos rotos y cargar en sus espaldas la culpa de otros.

Hay estados que se mueven entre las indefiniciones y el desconocimiento de cómo se deben manejar los conflictos sociales. Un puñado de personas puede poner en jaque a toda una región afectando a miles de personas y lastimando los intereses económicos de esos lugares.

Las movilizaciones y bloqueos provocan desabasto de víveres, de combustibles; el dinero de los cajeros se agota. La zona se convierte en un territorio sin ley.

La pasividad de los gobiernos asombra a propios y extraños; es decir, a quienes padecen directamente el problema y sufren las consecuencias, y a quienes impávidos contemplan las violentas escenas, pero en cámara lenta. Los días transcurren y las escenas son las mismas, como detenidas, como sin avanzar un centímetro. Todos padecen las consecuencias y nadie se atreve a poner un alto, a arreglar las cosas como se deben arreglar en los casos donde la presencia de delincuentes tiene una importante participación en el daño a México. El daño es para todos, la vergüenza es para todos, pero la solución no es de todos, es de los gobernantes.

Presumimos de contar con uno de los mejores sistemas electorales del mundo, pero no nos están funcionando las reglas de las relaciones políticas. Nos regodeamos de tener un sistema democrático, lo cantamos a los cuatro vientos, pero somos incapaces de evitar que un puñado de personas paralice la vida social y económica de millones. Por otra parte, nos hemos centrado en las contradicciones. De los delincuentes estamos atentos que no se violen sus derechos humanos, de las víctimas que se las arreglen como puedan, el aparato de la procuración de la justicia rueda con las llantas ponchadas por la corrupción y la impunidad.

Los partidos políticos están ocupados en sus broncas internas y en los pleitos electorales. Poco o nada les interesa la problemática que envuelve a los ciudadanos de nuestra tierra. Para ellos lo más importante son los votos, no los votantes.

Pareciera que vivimos en un país donde la legalidad está supeditada a las circunstancias políticas. Donde la intervención del Estado está sujeta a las aspiraciones políticas de los responsables de arreglar las cosas.

La violencia se ha enseñoreado en todos lados y no respeta a nadie. Verdaderamente lamentable es que estemos caminando en círculos, pero no de los que se cierran, sino los que son parte de interminables espirales que se abren y se contraen, pero nunca se cierran.